Inicio de un proyecto ilusionante


Aprendí a amar los libros desde muy pequeño, casi de forma natural, y digo esto porque cuando era crío lo natural era leer libros. Los niños leíamos y no poco. En casa se inculcaba el gusto por la lectura y en el colegio nos lo reforzaban. Y no es que leyésemos cuentos infantiles a mansalva. El Hobbit y la trilogía de El Señor de los Anillos me las leí con doce años. No era algo excepcional. Nos gustaba leer y no tan solo el hecho de experimentar las aventuras narradas en los libros sino luego compartirlo con los amigos e intercambiarlos para disfrutar de las mismas lecturas. Recuerdo con añoranza aquellas jornadas en la Biblioteca Escolar, las lecturas en clase y los mercadillos de libros que organizábamos en el colegio. 
Hoy en día se achaca el poco interés general por la lectura a edades tempranas el hecho de contar con Internet en casa, con telefonía móvil, consolas y mucha, mucha televisión. Puede ser que algo haya, no soy un experto en la materia, pero nosotros nos pasábamos horas y horas en la calle, jugando, y contábamos igualmente con televisión y con consolas, que aquella Megra Drive de Sega nos parecía el no va más de la tecnología. También teníamos nuestras actividades extraescolares y andábamos apuntados al gimnasio haciendo judo o taekwondo. Le dábamos constantemente al fútbol y al baloncesto, además de irnos muchos fines de semana en bicicleta carretera para delante hasta la sierra o, cuando no había ganas de pedalear hasta allí desde la capital, tirábamos del tren colocando las bicicletas en los espacios entre vagones. Una agenda bien apretada, pero siempre sacábamos tiempo para leer. Nos encantaba. Acudir a la Biblioteca Escolar era algo habitual para nosotros y ansiábamos el momento en el que llegaban novedades y cuando se organizaban eventos especiales, sin olvidar los certámenes y los clubes de lectura. Una gozada.
Es por eso que cuando llegué a Ciudad de los Niños, parte de la ilusión profesional se quedó estancada al comprobar que no había Biblioteca Escolar. El espacio existía y con dicho nombre, pero no funcionaba como tal. Volúmenes escasos y mayoritariamente antiguos, de los años 50 y 60 principalmente. El lugar se empleaba como espacio donde dar clases con el proyector o para ver documentales y películas gracias a la oscuridad que daban sus gruesas cortinas rojas. El alma se me cayó a los pies. El tiempo transcurría y no contar con una Biblioteca Escolar se convirtió en una espina clavada. 
Por mi cuenta empecé a organizar los fondos existentes y con la colaboración de Carmen, una compañera del Centro, la cosa medio quedó decente, aunque sin registro de libros ni carnés, ni siquiera un plan lector. No dio tiempo. La desastrosa inundación del colegio en 2010 se llevó con ella los volúmenes más recientes de literatura juvenil, lo poco que podía salvarse de los fondos disponibles y que, por encontrarse en las estanterías bajas para mejor acceso del alumnado, quedaron totalmente empapados y perdidos. Un desastre como digo. A la difícil situación económica del Centro se sumaba la dificultad de la no disponibilidad de tiempo por parte de los compañeros del Claustro para colaborar en que pudiésemos contar con una Biblioteca Escolar en el colegio. 
La desesperanza se tornó en ilusión a comienzos de este curso cuando, con nuevo Equipo Directivo consciente de la necesidad de contar con una Biblioteca Escolar, se me han destinado unas pocas horas semanales para convertirme en el bibliotecario del Centro y poder así evaluar el estado de los fondos, descartar lo que no sirviera y organizar un espacio de lectura en condiciones. Encantado con esta nueva misión paralela a mi labor docente, me he puesto manos a la obra. Lo primero en caer han sido las gruesas cortinas rojas, pues una biblioteca es espacio de luz. Seguidamente ha tocado revisar, uno a uno, todos los libros existentes separando aquellos cuyo estado y temática permitiese contar con ellos para nuestra biblioteca y descartando los que, por estado de conservación y/o temática, no tienen cabida en una biblioteca escolar. En tercer lugar me he hecho con un ordenador, una mesa y me he comprado por mi cuenta un lector láser de códigos de barras para emplearlo con el programa Abies 2.0 y proceder así a la catalogación de los libros de cara a poder crear carnés de lectura y los correspondientes tejuelos y códigos de barras.
Inicio pues un proyecto personal y de Centro la mar de ilusionante. Tal es así que todo hueco en el horario que tengo se lo dedico a la biblioteca duplicando casi las horas semanales de que dispongo para ello; esperando y deseando con fuerza darme prisa para que esté operativa lo antes posible. Sé que la situación económica del centro impide soñar con una biblioteca perfectamente dotada, pero seguro que con tiempo y esfuerzo, además de esperemos que con algunas donaciones, podremos disfrutar plenamente de una merecida Biblioteca Escolar en nuestro Centro, un espacio de todos y para todos.  

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